E
l año de todas las paranoias. Entre los estrenos más recientes de la plataforma Netflix, figura un curioso thriller de corte conspiracionista: Dejar el mundo atrás ( Leave the World Behind, 2023), dirigido por el estadunidense Sam Esmail (creador de la serie Mr. Robot) e interpretado por Julia Roberts, Ethan Hawke y Kevin Bacon. Los dos primeros encarnan al matrimonio Sandford (Clay y Amanda), quienes en compañía de sus dos hijos adolescentes, Archie (Charlie Evans) y Rose (Farrah Mackenzie), deciden dejar su casa en Brooklyn y rentar en las afueras de Nueva York una lujosa casa por Airbnb con el fin de pasar unas vacaciones cerca de la playa. Y es justo en este último lugar donde esa anhelada temporada de ocio dará paso a una amarga pesadilla. El primer signo es ominoso: un enorme navío se dirige, sin explicación alguna, hacia la playa para encallar ahí abruptamente, sembrando el pánico entre los vacacionistas.
Vienen luego fenómenos más inquietantes: súbitamente desaparece la señal de Internet y de los localizadores. La familia queda desconectada, no sólo del mundo exterior, sino de la realidad hasta entonces conocida, pues paulatinamente irá incursionando en un territorio desconocido, una realidad paralela en la que los animales se comportan de manera extraña, en tanto la carretera queda bloqueada por una larga hilera de automóviles Tesla, autodirigidos, los cuales, a la manera de lemmings, se precipitan a estrellarse unos contra otros. Al mismo tiempo, por los aires surcan avionetas esparciendo una nube rojiza y arrojando volantes enigmáticos con textos escritos en árabe. Es claro que el matrimonio Sandford asiste, desde lejos, pero con el peligro cada vez más próximo, a una catástrofe indefinida (¿ambiental, nuclear, bélica?), que pondrá en jaque su seguridad y su equilibro mental.
Dejar el mundo atrás sugiere similitudes con series inquietantes como Black Mirror o La dimensión desconocida. Están presentes muchos de los lugares comunes del cine y las series de catástrofes donde una familia se vuelve el objeto predilecto de amenazas misteriosas, propiciando la identificación elemental de gruesas capas del público con las mismas paranoias que día a día presentan los bulos y las noticias falsas, todo ese diseño malicioso que en algunos medios y en las redes sociales suele remplazar lo que realmente vive la gente, por una realidad virtual sembradora de miedos. En su aislamiento progresivo, la familia Sandford apenas contará con la posible complicidad y ayuda de un padre y su hija afroamericanos, los Scott (Mahersala Ali y Myha’la), supuestos dueños de la casa, a quienes el bloqueo de rutas ha obligado a regresar a ella solicitando el asilo de sus propios inquilinos temporales.
Pero incluso esta visita inopinada (al estilo de alguna cinta de Jordan Peele), presenta nuevas amenazas potenciales relacionadas con la identidad real o engañosa de esos forasteros. Surge en ese momento una pregunta válida: ¿hasta qué punto el realizador de esta cinta comulga o no con el espíritu paranoiaco que se apodera de sus personajes? ¿Hay una perspectiva realmente crítica en un guion tan apegado a las convenciones del género, según la lógica y dinámica de Hollywood? Ciertamente, la cinta mantiene un ritmo trepidante y eficaz que atrapa la atención, a pesar del caracter inverosímil de algunas de las propuestas en su trama y de los poco discretos guiños al cine de Hitchcock ( Los pájaros), Lanthimos (E l sacrificio del ciervo sagrado) o Shyamalan ( Señales). Pero lo esencial aquí es la interpretación que, luego del disfrute o no del thriller apocalíptico, podrán hacer los espectadores de toda esta sucesión de calamidades (disparatadas o factibles) que generan un clima de desasosiego y de miedos colectivos muy parecido al que siguen alimentando, en este fin de año, las atrocidades muy reales de la guerra y el desorden climático, responsabilidad irrefutable de las grandes potencias y sus aliados mediáticos. Última palabra, la del espectador.
Dejar el mundo atrás se encuentra hoy disponible en la plataforma Netflix.