El realizador cubano Carlos Lechuga ganó cierta notoriedad y encendió algunos debates con el estreno de su segundo largometraje, Santa y Andrés (2016), exhibido en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, habiendo sido antes censurado en Cuba. En esa cinta Santa era una mujer de carácter recio, defensora a ultranza de la revolución, y encargada de vigilar y mantener cautivo durante tres días a Andrés, un intelectual sospechoso de disidencia política y también homosexual, condición equiparable en aquel entonces a una escoria social. La manera en que el cineasta describía la compleja relación de amor y odio de estos dos personajes dotó a la cinta de una fuerte carga humanista capaz de trascender la simple denuncia política.