F
ue el turno en la competencia para dos películas difíciles pero gratificantes a su manera. La primera fue The Zone of Interest ( La zona de interés), cuarto largometraje del británico Jonathan Glazer, quien empezó dirigiendo videoclips y ahora ha conseguido su logro más importante.
Uno siempre se ha preguntado cómo sería la vida cotidiana de los familiares de los comandantes nazis de los campos de exterminio. Esta película es la respuesta contundente. No sólo es la banalidad del mal, sino también su inconciencia. Basado levemente en la novela de Martin Amis, el guion del propio Glazer se centra en la familia de Rudolf Höss (Christian Friedel), el comandante de Auschwitz, nada menos, y su esposa Hedwig (Sandra Hüller), que han logrado construir al lado del horror su casita soñada de campo, con todo y piscina y jardín. Además, pinta a los nazis como unos burócratas del exterminio, preocupados por cumplir números de eficiencia sin tomar en cuenta que se trata de seres humanos.
El realizador filma todo a distancia, sin acercamientos, y la presencia de Auschwitz sólo está sugerida por sonidos (gritos, disparos) y algunos elementos visuales (la llegada de trenes). Es un ejercicio admirable de control que resulta desgarrador, a pesar de su frialdad y discreción. El jurado de Cannes debería reconocer sus enormes méritos, pero mejor no digo nada.
La otra concursante fue la producción turca Kuru otlar ustune ( Acerca de las hierbas secas), del premiado Nuri Bilgé Ceylán, cuya duración de tres horas y pico es típica de su autor en tanto contiene temas reflexivos como para otras tantas películas.
Situada en las montañas nevadas del este de Anatolia –la región predilecta de Ceylán–, la narrativa se centra en el maestro Samet (Deniz Celiloglu) obligado a dar clases en una pequeña aldea, donde convive con Kenan (Musab Ekici) menos desencantado. Ambos son acusados de conducta inapropiada frente a dos alumnas, pero eso sólo es un detalle que agudiza el malestar del primero. Pero será otra maestra, Nuray (Merve DIzdar), mutilada de una pierna por un atentado, quien formará una especie de triángulo con sus dos colegas.
Obediente a su estilo, Ceylán filma largas conversaciones entre sus personajes, en las cuales expresan su filosofía de vida. En especial pesado es el diálogo de encontradas posturas ideológicas entre Samet y Nuray, como preludio a un acostón, interrumpido curiosamente por una ruptura de la cuarta pared, donde el primero sale a lo que resulta ser un set cinematográfico.
En su parte final, el tono invernal cambia por uno veraniego para que el protagonista explique el título. En su pesimismo existencial todos acabaremos secándonos como hierbas. Aunque la película es demandante, fluye mejor que sus anteriores Sueño de invierno (2014) y El peral salvaje (2018).
Según la tradición, ayer debió haber ocurrido la fiesta del cine mexicano, tras el estreno de Perdidos en la noche, de Amat Escalante. Eso era en otros tiempos, cuando había apoyo estatal para promover nuestro cine. Ahora ya no hay fiesta y, mucho más importante, ya no hay stand del Imcine en el Mercado del Filme. Esa fue una importante cabeza de playa, ganada con los años, que se ha perdido hasta nuevo aviso.
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