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La Jornada: ¿La fiesta en paz?

“L

a gente tiene que venir a disfrutar de la Feria Nacional del Queso y el Vino que se efectúa anualmente en la linda población de Tequisquiapan, del 3 al 12 de marzo, que además celebra el 25 aniversario de su feria taurina con una corrida, varios actos y una exposición colectiva de pintores taurinos. Es necesario que la gente conozca o se reencuentre con este arte pictórico, urgido como nunca de difusión y promoción como atractivo escaparate visual de la fiesta”, comenta el pintor Antonio Rodríguez, que mientras platica de arte y de vida prepara una salsa picante a la que llama Rodriguera, con chile serrano, ajo, tomate y sal de grano, molcajeteada, desde luego, y con una paciencia de budista.

Cocinar es otro arte que requiere concentración, pasión y entrega, como pintar o como torear y, si sabes hacerlo con honestidad, transformas esa realidad dándole un giro verdaderamente personal. Es la magia maravillosa de crear, sin aburrirte ni aburrir, pues lo más alejado del arte es el aburrimiento. Por falta de compromiso con la bravura, de competencia entre los toreros y de promociones interesantes a base de propuestas pictóricas imaginativas, la fiesta de toros parece caer en el bostezo a partir de la repetición mecánica de embestidas y de suertes, prosigue Antonio al tiempo que con dedos hábiles despoja de su piel unos jitomates.

De pronto, mi atención se desvía hacia el retrato de un hombre que grita, no como los actuales carteles con fotos de toreros boquiabiertos, sino desgarrado, roto desde adentro. “Es Camarón de la Isla”, informa Antonio, “y su autor, el maestro granadino Zaafra, tuvo la gentileza de enviármelo. Es un carboncillo sobre cartón corrugado. Eso fue para mí una inyección vocacional maravillosa para continuar, a pesar de los vaticinios negativos. Ya son varios libros, revistas, periódicos y carteles en los que aparece obra mía, más en España que aquí, aunque parezca increíble”.

Al percibir mi gesto de desconocimiento, Antonio añade: “David González López, autonombrado Zaafra (Granada, 1948-2017), fue un artista que con su pintura supo homenajear el baile y cante flamencos, un gitanófilo como García Lorca pero con pinceles, que rebasó la mera simpatía para adentrarse en la misteriosa expresión vocal y dancística de los calés. Zaafra, que en 2010 presentó en México un libro sobre José Tomás, no era celoso sino que sabía estimular las capacidades de otros. No nos conocimos en persona pero sí en inolvidables diálogos telefónicos y en redes, donde mezclaba conocimientos, experiencias, sensaciones y resultados de su fructífero caminar pictórico”.

“Una vez me escribió: ‘Me has emocionado amigo Antonio, no tengo palabras para contestarte, sólo decirte que me hiciste comprender que valió la pena dedicar toda mi vida al arte… Ya soy bastante mayor o he vivido demasiado, el caso es que tu amistad me rejuvenece y me da ánimos para seguir emprendiendo nuevas aventuras en el arte. ¡Abrazo grande!’

“Tuve el privilegio de participar en un hermoso libro-homenaje en memoria de David, con obra y palabras de distintos artistas, pero mi primer contacto con él fue gracias a un amigo que me obsequió esa joya de libro del escritor Félix Grande sobre Paco de Lucía y Camarón de la Isla, con obras de Zaafra en carboncillo y al óleo, un extraordinario homenaje al cante flamenco.”

Y remata Antonio: Si algún día logran acabar con la fiesta, lo único que perdurará, con algunos libros, es su memoria plástica, pinturas, grabados y esculturas de lo que fue y no supimos conservar; unas cuevas de Altamira en la confundida posmodernidad.

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