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los 29 años, el realizador italiano Bernardo Bertolucci concibe la idea, junto con Vittorio Storaro, cinefotógrafo de su edad y cómplice artístico, de llevar a la pantalla la novela exitosa de Alberto Moravia, El conformista, escrita en 1951. Lo que les seduce de la trama literaria es su crónica de la Italia fascista de los años 20, con su clima de decadencia moral en las élites dominantes y sus mecanismos de represión política que incluían la intimidación a disidentes antifascistas y su eventual eliminación criminal.
El protagonista en la cinta homónima de 1970 es el joven burgués Marcello Clerici (Jean-Louis Trintignant), antiguo estudiante de filosofía y colaborador del régimen autoritario, quien es enviado a París con la misión de asesinar al profesor Luca Quadri (Enzo Tarascio), disidente en exilio, quien fuera su director de tesis. La idea es acercarse a él, ganar su confianza, conocer sus actividades clandestinasy después ejecutarlo. Marcello no es, sin embargo, un mercenario clásico, al estilo de Jef Costello (Alain Delon) en El samurai (Melville, 1967). Se trata de un hombre instruido y atormentado, perseguido por el trauma no resuelto de haber sido seducido de niño por un chofer homosexual en su casa, y que ahora, a manera de redención, elige integrarse de lleno a la sociedad, ser plenamente aceptado, y aclimatarse, de modo conformista, a una supuesta normalidad. La mejor manera que imagina para hacerlo es volviéndose fascista.
La colaboración de Vittorio Storaro fue esencial para recrear, a través de una suntuosa fotografía de claroscuros muy contrastados, una atmósfera crepuscular sugerente del estado de ánimo del personaje. Alterna así la captura de interiores sombríos con espacios luminosos de la arquitectura fascista, así como los movimientos de cámara sensuales en ese baile lésbico, precursor de El último tango en París (Bertolucci, 1972), al que se libran, en ritual de seducción mutua, Anna Quadri (Dominique Sanda), esposa del profesor y Giulia (Stefania Sandrelli), la frívola mujer de Marcello. Destaca también la cautivadora partitura musical de Georges Delerue ( Jules y Jim, Truffaut, 1962; El desprecio, Godard, 1963).
A la trama política planteada por Moravia, Bertolucci añadió un final sorpresivo, con resonancias sicoanalíticas, que acentúa la tragedia de ese hombre conformista confrontado paralelamente a su propio pasado tormentoso y al colapso brutal del régimen fascista al que eligió servir de una manera cobarde e infame. El conformista llega ahora a la Muestra en una imperdible versión restaurada.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 15 y 20:45 horas.