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La Jornada: ¿la fiesta en paz?

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na vez que la vibrante final del campeonato mundial de futbol hizo olvidar al mundo, por unos minutos, las transas y alcahueterías del millonario negocio del balompié, y que transterrados de varios continentes –europeos en Argentina y africanos en Francia– demostraron que dinero no mata del todo el espíritu, confiemos en que la desmemoria de los mexicanos le dé vuelta, una más, a la página del cuatrienal ridículo futbolero del que ningún organismo es responsable y menos los autorregulados dueños, la crítica especializada y los esforzados ratoncitos. ¿Imagina el lector lo que sería la fiesta de los toros con unos toreros tan competitivos como croatas y marroquíes en la cancha?

Pero el sistema taurino, tan retorcido como el del futbol, se mueve bajo absurdos esquemas que parecieran diseñados por antitaurinos y animalistas empeñados en desaparecer el milenario rito táurico. Así que cuando en España apareció este año un joven mexicano dispuesto a jugarse el pellejo cada tarde y con cada toro, emocionando a los públicos con su entrega y triunfando en la mayoría de las plazas, la tauromafia latinoamericana le cierra las puertas a ese prometedor diestro, todo ilusión y heroísmo, reiterando su rechazo a nuevos exponentes dispuestos a remover vicios y a afectar añejos intereses.

Sobre la cartita a Isaac Fonseca publicada en la columna anterior, una aficionada exigente comenta: Tampoco ha dicho mucho en México ese chamaco, siendo honestos. Lo sucedido en su decepcionante encerrona fue un resumen de sus limitados alcances y de que no está para grandes retos. Nada más llegó a México y el globo que flotaba en España aquí se vino a desinflar. La realidad es que si a Fonseca no lo desinflaron las empresas ni los toros ni los alternantes en la península, aquí no lo desinfla nadie, excepto el voluntarismo del monopolio, que sigue los mismos criterios de la empresa que lo precedió. Y si ahora hay que rogarles las embestidas a los toros, Gallito y Armillita también se habrían desinflado.

Ya lo advertía el anterior propietario de la empresa de la Plaza México: Al que no le gusten los toros, que no vaya, para marcharse luego de 23 años de ensayo y error y de comprobar que si en ese tiempo no había sacado una figura mexicana de nivel internacional por lo menos había logrado sacar al público del inmenso coso. Y con la misma visión de su predecesor, el actual propietario de la nueva empresa no tiene empacho en declarar: … entiendo que hay gente que no le parece (la corrida de toros) y están en su derecho de no venir, pero a los que sí nos gustan también tenemos el derecho de presenciarlas.

Ambos parecen decir: Mi oferta de espectáculo satisface y agota el gusto por la tauromaquia, y a quien no le parezca que no venga, pero yo no voy a modificar mis antojadizos criterios empresariales dándole al público una función que lo emocione y justifique lo que paga, sino que le impongo mis particulares preferencias, simpatías y compromisos en lo que se refiere a la elección de ganaderías, combinación de toreros e inclusión de otros con potencial. Ante esos sesudos argumentos cualquier idiota instalado en juez prohíbe de un plumazo una tradición con 496 años en la Ciudad de México, mientras sus desentendidas autoridades creen gobernar Bristol o Melbourne.

En Texcoco habrá una minitemporada de toros a cargo del incansable Pedro Haces o don Bull, dizque socio de Simón Casas. Ah, y planea levantar una plaza de toros al poniente de Bristol, digo, de la Ciudad de México, para 12 mil espectadores. Con razón la Plaza México no tiene ninguna prisa.

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