Ángel Vargas
Periódico La Jornada
Sábado 4 de marzo de 2023, p. 7
Fue el poeta y cronista Salvador Novo quien bautizó al Teatro Fru Fru con ese nombre luego de que en 1973 fue adquirido por Irma Serrano, según cuenta Maricela Lara en el texto Naná a la mexicana. El maestrito
y la Tigresa, publicado en el libro Vivir la noche. Historias en la Ciudad de México (Conaculta, 2014).
En ese recinto, con capacidad para mil 300 personas, aquella reconocida creadora escénica yucateca llevó a escena con Irma Serrano una exitosa versión de Naná, de Émile Zola, en 1972, con mil 500 representaciones; de Lucrecia Borgia, con mil, y de Yocasta, con 500.
Hasta donde se sabe, nada en firme hay sobre el origen del vocablo compuesto Fru Fru, aunque algunas versiones señalan que se derivó del sonido que produce el roce de la tela. Lo cierto es que fue el nombre que decidió ponerle La Tigresa a una de sus más preciados bienes, el teatro ubicado en Donceles 24, en pleno corazón del Centro Histórico.
La cantante, actriz, modelo y empresaria chiapaneca, fallecida el primero de marzo, compró ese emblemático teatro supuestamente mediante una subasta de Cementos Anáhuac. Empero, hay versiones que afirman que fue un obsequio del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien se le atribuye haber sido su amante.
Icónico inmueble de finales del siglo XIX
La historia de ese icónico inmueble se remonta al ocaso del siglo XIX, al ser inaugurado en 1899, se dice, por el entonces presidente Porfirio Díaz. En un principio llevaba el nombre de Teatro Renacimiento y fue una novedad en su época, al ser el primer espacio dedicado al arte y la cultura en México en contar con luz eléctrica.
Cambió de nombre al ser adquirido a mediados de la primera década del siglo XX por el primer actor y empresario teatral Francisco Cardona, quien lo rebautizó con el nombre de su esposa, la legendaria actriz Virginia Fábregas.
Luego de alcanzar su esplendor en las primeras tres décadas de la pasada centuria, la familia Fábregas dejó el inmueble y permaneció cerrado por razones desconocidas durante varios años, con la amenaza de ser demolido.
▲ El Teatro Virginia Fábregas fue inaugurado con el nombre de Renacimiento por el general Porfirio Díaz.Foto tomada del libro 200 años del espectáculo en México
Así se mantuvo hasta que fue adquirido por Irma Serrano, con quien ese espacio teatral vivió su época de esplendor, entre los años de 1970 y 1980, refiere Luis Miguel Romero en la página on line de Alejandra Bogue.
El autor escribe que a principios de la década de los ochenta, La Tigresa le encomendó al productor Pablo Leder crear un concepto de teatro para adultos. Así apareció el concepto de Teatro de Medianoche, que presentaba obras teatrales a partir de esa hora del día.
Obras de corte lésbico
“Dichas obras fueron tachadas como pornográficas, ya que a pesar de su excelente calidad de producción, contaban con un alto contenido erótico. De ellas destacan Yocasta reina, La guerra de las piernas cruzadas, ¡Oh Calcutta! y Emanuele de ultratumba. Mención especial merecen los montajes Las Emanuele, obra de corte lésbico con La Tigresa e Isela Vega como estelares, y El pozo de la soledad, que también abordaba la homosexualidad femenina y en donde La Tigresa compartió escena con la actriz Sonia Infante, bajo la dirección de Nancy Cárdenas”.
A decir de Luis Miguel Romero, el declive del Fru Fru comenzó en los noventa. En esa década, de acuerdo con una nota publicada por La Jornada el 17 de diciembre de 2001, Irma Serrano lo rentó al actor y productor Jorge Ortiz de Pinedo, con quien tuvo grandes diferencias en torno a la forma en la que él manejaba el teatro, motivo que la llevó a un polémico pleito legal de más dos años, obteniendo finalmente el fallo a su favor.
Después de cinco años de permanecer cerrado, el teatro volvió a abrir sus puertas en diciembre de 2001, para lo cual la actriz invirtió más de 17 millones de pesos en la remodelación. Al respecto, comentó en la referida nota periodística: Lo habían dejado en ruinas y convertido en un antro. Estaba todo pintado de negro, parecía que hacían culto al diablo. Se habían llevado las butacas y no tenía ni salida de emergencia
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