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La Jornada: ¿La fiesta en paz?

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or estos rumbos ocasionalmente ha sido buena para la ciudadanía la relación autoridades-justicia. Una especie de contradicción y una terca ceguera recíproca impiden que las cosas salgan como la lógica exige, la razón aconseja y la perdurabilidad de un sistema requiere. O a saber si esta violencia tan generalizada como mal combatida sea otro efecto colateral de la maldición de los dioses aztecas. No te vayas, lector, que ahora mismo nos ponemos taurófilos.

¿Qué ocurrió para que el jueves pasado 15 mil personas tuvieran que dejar plazas de toros, palenques y lienzos charros y ocupar avenidas de la capital hasta el Zócalo, en una megamarcha en defensa de arraigadas tradiciones mexicanas como el toreo, los gallos y el jaripeo? Pues un paulatino distanciamiento entre esas tradiciones y la sociedad donde están inmersas, un hacer las cosas sin tomar en cuenta preferencias y necesidades del público, sino simpatías y antojos de los dueños del negocio, más una idea equivocada de que las tradiciones no se nutren, sino que se aprovechan. Y al final los subvencionados antis y sus juececitos cómplices, con la soberana estupidez de que las corridas atentan contra un medio ambiente sano.

Estos legisladores ecologistas de kermés, ¿ya voltearon a su alrededor? No han hecho absolutamente nada ni nada podrán hacer con la contaminación atmosférica, industrial, vehicular, visual, auditiva, mediático-publicitaria, consumista, residual y de basura de las ciudades, pero por órdenes superiores ya encontraron el filón para sus afanes de justicieros falsos: ¡prohibir las corridas de toros! ¿Son o se hacen? ¿De quién reciben órdenes y apoyos? ¿De los gringos o de un esnobismo matraquero y buenista? ¿Serán conscientes del tamaño de su ridiculez ante las próximas elecciones?

Propietarios y públicos se contentaron durante años con los espejitos que les trajeron los Ponces, Hermosos, Julis y Morantes, suspendiendo la producción de figuras nacionales mediante la competencia sistemática, de manera que son los propios taurinos, más que autoridades negligentes y espectadores complacientes, los que están matando a la fiesta y no de muerte natural, sino a traición, sin haber pedido el parecer del paciente, comenta el acucioso investigador y escritor taurino Xavier González Fisher, y agrega: había empresarios que formaban toreros y aficionados en distintas regiones. Con el monopolio incrustado hace décadas en las principales plazas del país, se repiten apellidos de toreros y ganaderías y se mantiene una oferta poco atractiva del espectáculo. Increíble que ni los tenedores de derechos de apartado en la Plaza México hayan protestado o que ya nadie vea las novilladas como inversión redituable y menos como futuro de la fiesta. En materia taurina, estos políticos no son iguales, sino exactamente idénticos a sus antecesores y, como si gobernaran un país anglosajón, continúan desentendiéndose de la suerte que pueda correr un valor cultural e identitario de México, como lo es la tauromaquia, remata González Fisher.

Increíble pero cierto. Algunos conocedores y no pocos exquisitos le siguen poniendo peros a la reciente hazaña del moreliano Isaac Fonseca en la plaza de Pamplona donde, con una cornada sin cerrar, se dispuso, como sentenciara Cioran en Arles, a enloquecer en la cara del toro, no ante toritos de la ilusión, sino frente a dos marrajos de Cebada Gago de impresionante cornamenta y una bravura tan descompuesta como exigente, hasta salir en hombros de una emocionada multitud. Ser aclamado por las mayorías es más importante que la aprobación de una minoría, incluidas empresas dizque taurinas.

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