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uando la madre de la preadolescente Sofía (Emilia Berjón, formidable) decide enviarla a pasar unos días a la casa de una tía en Sonora, para alejarla de supuestas malas compañías, no puede imaginar que ese viaje habrá de volverse un punto crucial en su temprano despertar sexual. Todas las fantasías que antes excitaban la curiosidad de esta joven virginal y tímida al contemplar fotos eróticas de hombres desnudos al lado de una compañera de clases, tendrán una materialización más perturbadora al compartir con Cristina (Abril Michel), su prima sonorense, ligeramente mayor y más avispada, nuevas fantasías que tienen como objeto de deseo a J.C. (Alberto Guerra), un atractivo trabajador agrícola de poco más de treinta años.

Trigal (2022), primer largometraje de la cineasta argentina radicada en México Anabel Caso, escritora también del guion original, describe el delicado tránsito de la pubertad a la adolescencia de Sofía con precisión analítica y tomando saludables distancias con cualquier tentación de tremendismo o melodrama. Tratándose esa transición de un proceso formativo plagado de incógnitas y misterios, el relato plantea claves interpretativas que funcionan a manera de premoniciones. Una pequeña herida en la mano de la joven mancha su vestido blanco y anuncia ya el trauma de una primera menstruación y la deshonra de una iniciación sexual marcada por el abuso. Las dos primas comparten la misma curiosidad por el objeto erótico prohibido, también el mismo miedo al alejarse del tranquilo ámbito doméstico para incursionar, atravesando una valla alambrada, en el territorio abierto de los campos de trigo, espacio simbólico donde se combinan un vago anhelo de libertad y la irresistible promesa de placeres clandestinos.

Todo lo anterior es observado por Silvia (Nicolasa Monasterio), hermana de Cristina, una joven aquejada de una indefinida discapacidad mental, quien por las noches se libra a la distracción clandestina de retirar a pájaros de sus jaulas para luego ejecutarlos, acompañando la faena con palabras dulces. Pronto queda claro que en la casa de la tía Susana (Ursula Pruneda), la calma es sólo aparente. Ahí reinan también las desavenencias conyugales con un marido distante (Pancho/Gerardo Trejoluna), ocupado en formar un hogar aparte, o la sorda rivalidad entre una hermana sobreprotegida por su enfermedad y la joven Cristina deseosa de afirmar su individualidad e independencia mediante el juego temerario de seducir a un adulto sin medir las consecuencias del intento. En el momento clave de una disputa, Sofía, la prima invitada, expone la falsedad de toda esa frágil armonía doméstica (Yo no digo mentiras, no soy como ustedes). El estupendo trabajo de fotografía de Ernesto Pardo y Julio Llorente) marca bien el contraste entre ese asfixiante hogar monoparental y los vastos trigales que son un territorio de misterio, evasión y aventura.

En la carrera competitiva entre Cristina y Sofía por obtener los favores del galán inasequible, las adolescentes ensayan todo, desde una lección de besos, inconsecuentemente lésbica, hasta la forzada apariencia de una niña-adulta con labios de un rojo tan encendido como el de la blusa que acentúa la línea de unos senos pubescentes, o la debilidad de traicionar una amistad en aras de una satisfacción incierta. Un afanoso esfuerzo adolescente por mimetizar el mundo aún vedado de los adultos para sólo retener la parte más frustrante de sus insípidas historias. Este primer atisbo a una madurez emocional es el aspecto más seductor y sensible de Trigal, esta sólida opera prima. Su desenlace abierto, libre de moralina y victimismo fácil, confirma el talento de Anabel Caso como una estupenda narradora cinematográfica. De lo mejor en cartelera.

Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía, Casa del Cine y salas comerciales.

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