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La Jornada: Juegos inocentes

E

l pueblo de los malditos. Un clima de temor y desasosiego comienza a instalarse desde las primeras escenas de Juegos inocentes ( The innocents, 2021), segundo largometraje del noruego Esil Vogt. Ida (Rakel Leonora Petersen), una niña de escasos nueve años, manifiesta una hostilidad creciente hacia Anna (Alva Brynsmo), su hermana apenas mayor, sumidaen un autismo infranqueable. ¿Envidia por el exceso de atención que los padres prodigan a la niña discapacitada, hartazgo por tener que atenderla ella misma, simple animosidad espontánea? Nunca queda claro. La única persona a quien Ida puede confiarse es su nuevo amigo Ben (Sam Ashraf), un niño de origen pakistaní con poderes telequinéticos asombrosos, capaz de desplazar objetos y provocar accidentes y agresiones criminales con su sola voluntad y por simple capricho. Entre estos dos personajes infantiles se produce de inmediato una complicidad inquietante.

Paralelamente, Aisha (Mina Jasmin Bremseth), otra niña, hija de padres migrantes en este tranquilo barrio residencial de Oslo, poseedora a su vez del poder de comunicarse telepáticamente con otras personas, se hace amiga de Anna y le ayuda a recobrar la confianza en sí misma así como el poder del habla. Lo que pudiera ser el relato bienpensante sobre cuatro niños marginados que por motivos distintos encuentran un espacio de comunicación solidaria de cara a la soledad o ante la indiferencia o incomprensión de los adultos, se vuelve una escalada de horror en la que cada niño va revelando su capacidad de odio revanchista con acciones criminales dirigidas a veces contra sus propios padres. Juegos inocentes remite a una trama similar en El pueblo de los malditos ( Village of the damned, Wolf Rilla, 1960; John Carpenter, 1995) y también, como lo sugiere su título en inglés, al hechizo gótico de Posesión satánica ( The innocents, Jack Clayton, 1961), película basada en Otra vuelta de tuerca del novelista Henry James.

Del realizador Eskil Vogt, más conocido por sus colaboraciones como guionista del también noruego Joachim Trier (recuérdese La peor persona del mundo, 2021, estupenda cinta de humor negro), no cabía esperar explicaciones convencionales sobre la naturaleza extraña de este comportamiento infantil. Tampoco una pizca de corrección política. No hay una clara disfunción familiar a la vista, tampoco manipulaciones extraterrestes ni conjuras maléficas –acaso sólo el desdén racista de niños rubios frente a migrantes indeseados, aunque tampoco es el racismo un asunto dominante. En realidad los cuatro niños en J uegos inocentes responden a un instinto depredador animal, producto de una fuerza irracional que inquieta y trastorna a los adultos, pero que en primer término sacude la conciencia de los menores que no aciertan a entender la naturaleza ni la magnitud del mal que los avasalla y orilla a una dinámica de sadismo y violencia extrema. Cada uno de los actores infantiles tiene un desempeño notable, pero en el caso de Sam Ashraf/Ben –esa mente criminal en la que anidan, indistinguibles, la indefensión y una mezquindad maligna– la actuación es formidable. A lo que asiste el espectador en esta cinta del género de horror, aunque en rigor inclasificable, es a la dinámica de un infernal cuarteto infantil que misteriosamente coordina sus movimientos para mayor desconcierto de los adultos quienes se han vuelto víctimas inermes de las potencias destructoras que encarnan sus seres más queridos.

Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemex y Cinépolis.

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